¡No quiero alumnos obedientes!
Empecé en la docencia escolar hace diez años en el mismo lugar donde estudié. En mis años como alumno fueron aplicadas medidas disciplinarias que aún respondían a aquella cultura violenta en la que si no haces caso, si no haces la tarea o si no memorizaste la lección, venían castigos severos. Cuando empecé como docente me di cuenta de que aquellas medidas ya no existían, ya no eran aplicadas, pero sí que aún persistían castigos que ya no me sonaban razonables. A partir de allí fue curioso para mí el tema: ¿Cuál es el objetivo que debo tener como maestro? ¿Qué busca un papá cuando corrige una conducta? Y me di cuenta de lo siguiente: buscaba niños obedientes que cuando se les diera una instrucción respondan y actúen casi de inmediato. Pero vaya contradicción porque ¿qué parte de nuestro desarrollo y aprendizaje es inmediata? ¡NINGUNA!
Escuchamos constantemente aquellos discursos donde nos dicen “mis papás me pegaban y yo así aprendí y no me pasó nada” pero, ¿qué nos dice el hecho de que lo primero que se nos ocurre hacer cuando nos enojamos es resolverlo con golpes? ¿Podría ser este el resultado de ese aprendizaje? Aprendimos a obedecer, a callar de inmediato, a no expresar lo que sentimos, a contenerlo y ahora se expresa, por ejemplo en enfermedades físicas.
Debemos tener presente que siempre que imponemos disciplina a los niños, el objetivo global no es castigar ni aplicar correctivos, sino enseñar. La raíz de «disciplina» es la palabra discipulus, que significa «alumno» y «educando». Un discípulo, aquel que recibe disciplina, no es un prisionero ni un destinatario de castigo, sino alguien que aprende a través de la instrucción. El castigo acaso interrumpa una conducta a corto plazo, pero la enseñanza ofrece capacidades para toda la vida.
Entonces el camino no va por la obediencia, silencio, castigo o violencia, pues actuaremos por miedo y no por un aprendizaje real. Hoy te comparto lo que he aprendido: buscamos construir personas autorreguladas, capaces de expresar sus sentimientos, sus emociones y sus pensamientos de forma sana y ordenada donde la prioridad es su salud, su bienestar y la preservación de su integridad.
Ser una persona autorregulada implica un proceso en que podamos comunicarnos con las personas que nos rodean desde un espacio seguro y sin juicios, implica que el aprendizaje de una nueva información no será de inmediato y se vale darse el tiempo necesario para integrarla a mi entorno. Una persona autorregulada será capaz de hacer consciente lo que está sintiendo y así poder conducirse sanamente en todas sus esferas. Recordemos que las personas poseemos una esfera personal, social, académica, física, familiar, etc. Somos la suma de muchas características y merecemos explotar al máximo nuestras experiencias de vida.
No quiero alumnos obedientes, quiero alumnos conscientes de lo que siente, alumnos que puedan comunicarse con sus padres, padres que desde su rol amoroso puedan recibir con empatía, tolerancia e incluso humor las experiencias que sus hijos decidan expresarles, confiando en que desde esa autorregulación sabrán conducirse. A futuro serán personas que apoyados en la ética de su profesión se relacionen correctamente con ellos mismos y con quienes les rodean. Mientras tanto, el reto está en escucharnos, empatizar, conectar y comunicarnos. Quiero alumnos autorregulados y sé que estamos en camino a lograrlo.
Pedro Pablo Castillo Arriola
Ética Profesional y Relaciones Humanas